En los días de tormenta, su
refugio parece en precario equilibro, dejando entrever la cólera de Poseidón.
Parece que las olas gigantes y espumosas quieran salir del mar y agarrarse con
fuerza a la torre diminuta, para arrastrarla con ellas a las profundidades
oscuras. Pero no lo consiguen. Se siente como un pino viejo y retorcido en un
acantilado, con las raíces nudosas aferrándose a la roca reseca y a la escasa
tierra quebradiza, aferrándose a la vida.
Su alma marina respira y exhala
con cada ida y venida de las olas lamiendo la orilla, puliendo la roca
redondeada, dando forma al paisaje como una mano invisible, incansable. Su pelo
enredado y revuelto por la tramontana adormece su mente, ya de por sí distraída,
confiriéndole un aspecto alocado. Una pipa ennegrecida por los años cuelga de
su labio inferior imprimiéndole un aroma rancio y amargo. Su ropa, de otro
tiempo, lavada infinidad de veces, gastada a mano, casi transparente, parece
insuficiente en los días de frío intenso. Su piel morena y resquebrajada se
deja ver por la camisa remangada hasta los codos y sus pantalones demasiado
cortos. Bajo los párpados colgantes y arrugados, dos ojillos vidriosos, de
color indefinido, contienen un destello que parece saber más de lo
que dice.
Con los años, su mente,
acostumbrada al ronroneo incesante de las olas, se siente confusa lejos del
mar, como a quien le falta una parte del cuerpo. En cambio, desde su atalaya,
parece que se quede escuchando un idioma extraño que el mar habla. Un código
secreto que sólo los de su especie pueden descifrar. Ante la inmensidad, pasa
las horas, en un diminuto océano, de un minúsculo planeta, de un pequeño
sistema solar, perdido en la infinidad del universo.
El universo, en cambio, usa un
idioma hermético, inescrutable, insondable, que nadie aun ha podido descifrar.
En un océano infinito de estrellas, planetas, satélites, nebulosas, meteoritos, materia desperdigada, no hay nada definido, el caos es el orden de todos
los elementos. Si parece que su mente se pierda en las profundidades del mar,
el cielo nocturno le arrebataba toda esperanza de recuperar el rumbo perdido y
lo sume en una amalgama inteligible de pensamientos desbocados e incontrolados. Desesperadamente,
se queda las noches en vela para observar lo pequeño que es ante el cielo
infinito, y siente, que se le escapa casi todo lo importante que hay por saber
del mundo. Siente, que no es capaz ni de llegar a imaginar lo que sería
entender ese idioma cifrado que contiene el universo y que sin embargo, está a
la vista. Una vista corta y perecedera, tan breve como un instante efímero en
el eterno caos.
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